Cuando pienso en Navidad aparecen en mi mente miles de recuerdos, principalmente de mi niñez.
Recuerdo el momento en que mi hermana y yo escribíamos la carta a Santa, para que mis padres como mensajeros las entregasen a los duendes en el Polo Norte. Llegar al Polo Norte era un largo viaje, por lo que cada vez que les insistía a mis papás con que me lleven para conocer el misterioso lugar siempre me decían que el viaje era demasiado largo y que quedaba muy lejos, sin contar además que el Polo Norte estaba prohibido para los niños.
Recuerdo esas tardes de víspera navideña arreglando y decorando la casa para la llegada de nuestros familiares y amigos. También mi entusiasmo recortando papeles con números del 1 al 100 para sortear los turrones gigantes robados de la cocina que recién habían comprado mis papás. Esos ricos postres hechos especialmente por mi mamá y mis abuelas para deleitarnos a todos. Recuerdo cuando llegaba la hora de abrir los regalos junto con el entusiasmo que los demás y yo (principalmente) teníamos por la llegada de Santa Claus, que recuerdo muy bien haberlo visto entrando por el balcón con su traje rojo y blanco, su gran barba y sombrero, dejando los regalos en el árbol que habíamos armado hacía un mes con mi mamá y mi hermana. Y en ese mismo momento era cuando iba corriendo a los demás a avisar que Santa Claus había llegado, que lo había visto con su bolsa llena de regalos y su barba blanca, entonces cuando subíamos todos lo que quedaba en la habitación eran rastros de Santa, es decir regalos debajo del árbol y la cortina con los muñequitos que si mal no recuerdo colgaban corridos porque San Nicolás se había ido hacía instantes.
Y al pasar los años.... Ese entusiasmo y esa alegría en mí siguen intactos. No hay nada que me encante más que la época de las fiestas. Nada que me alegre más que ayudar a Santa Claus con los regalos. Nada que me haga sentir más plena que envolver regalos para las personas que más quiero. Nada que me encante más que ese minuto antes de que sean las 24:00 cuando todos contamos desde el número 60 hasta el 0. Y lo que más amo: La hora de abrir los regalos. No por mí, sino por mis familiares: Me paso toda la noche imaginando sus caras cuando vean lo que Santa les trajo, la alegría que les va a causar ese regalo, pero no por el regalo en sí, si no por todos los sentimientos e intenciones que se esconden detrás del mismo; esa dedicación y ese tiempo que cada persona puso pensando qué se podía obsequiar a la otra persona, esos 30 minutos u hora y media que tardaron comprándolo y volviendo a sus casas, ese amor que le pusieron a todo el asunto. Y creo que eso es lo único que necesitamos - sea cual sea el regalo, desde un par de aros, zapatos, medias, ropa, muñecos o libros - lo único que realmente cuenta es el amor, ese mismo que apareció esa tarde de Navidad al hacer la comida para la noche con tu familia, ese que apareció en el momento de envolver los regalos, o ese que produjo la sonrisa de tu mamá al ver su obsequio o escuchar una broma que hizo reír a todos.
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